Encantamientos

1er piso del Centro de Arte del Parque del Conocimiento - Muestra Individual.

Posadas, Misiones - Argentina.


Querida Georgina,

 

              comencé a ver el video de la maqueta que me enviaste, esa especie  de “corazón gigante” al que se llega atravesando una cortina. Tus dedos tratando de abrirla al objetivo de la cámara, para que yo tuviera la experiencia del público al ingresar en el espacio, me recordó a David Lynch y una frase sobre su obra en Lo raro y espeluznante (Mark Fisher): “La división entre mundos, idealizados, subterráneos, ajenos, suele estar marcada por el motivo visual de las cortinas. Marcan un umbral y a la vez son una salida al exterior”. Del otro lado, Encantamientos, saturado de umbrales que no se pueden cruzar y por eso mismo conducen a otros mundos. También de escaleras. 

                Aberturas y peldaños portables, para ser usados ahí donde se desee iniciar una comunicación o un pasaje hacia algún lugar. Y por supuesto, retirados. Porque ya sabemos, hay universos que no merecen la pena, quizás las puertas y ventanas también sirvan para acercarnos o alejarnos de ellos. Un cuarto como una caja de música y una columna en medio, que es parte de su mecanismo. Si se abriera el techo, la melodía cesaría inmediatamente. Una habitación-alhajero, en los confines de una casa, destinada a contener estas joyas imprescindibles que ahora esperan sumergidas en una atmósfera de color, a que nos las llevemos grabadas en la retina. 

                Cada cultura tiene su propia construcción cromática, y en este lado occidental y cristiano del planeta Tierra, el rojo y el dorado traen una carga de significados sociales muy pesada, que se derrama sobre todo aquello que los exhiba. Si a lo pesado, que es pesadilla y opresión ponemos un color, sería negro. En este sentido, rojo y dorado son parte de una paleta del espanto, parafraseando el título del libro de Gabriela Siracusano sobre color y cultura en los cielos e infiernos de la pintura colonial andina. 

                En tu obra, la dirección del rojo es descendente. Se derrama desde el techo y muere en el suelo, dibujando un mándala con el último impulso, que traza los caminos que podrá transitar el público. En sus lenguas de fuego flotan formas de color dorado, como residuos de una catástrofe tocada por una varita mágica, detenida y metamorfoseada para siempre. Los vapores, solidificados en filigranas de tules adheridos a las paredes. El dorado simula la cualidad del oro. Significa pompa, riqueza, auto-legitimación, ascenso social. Pero aquí no enmascara, se presenta en la forma franca de su materialidad precaria. Papel liso o arrugado, prolijamente recortado o hecho un bollo y descartado en lugares precisos. Este color, tratado de esta manera, ¿consagra o se ríe de ello?

                Sin dudas hay más ingredientes que giraron en tu caldero de alquimista hasta amalgamarse en este espacio envolvente capaz de mostrarnos “un cielo estrellado” o ruinas transformadas en santuario, cuando descorremos una cortina.

 

<Sonia Abián para Georgina Kruk> Barcelona, 21 de agosto 2018 14:57 [Fragmento]


Ph Marcelo Lomuto